A ti, amor, que no te gusta leer lo triste.
Te dije que era norma no escribirte aquí,
y me lo salto (en mi habitual voluble voluntad),
pero es gracias a este sentimiento
por lo que puedo reflexionar, por lo que escribo bonito.
A ti, amor, que odias verme derrumbada, como hace poco,
y gracias a eso me acurruco en ti y nos aferramos en seguir,
y somos así muy felices.
A ti, amor,
que puedes hablar chino en unos y ceros,
y a veces no me oyes a medio metro,
sobre todo si solo me susurro a mí.
A ti, amor, al que me lancé sin miramientos aquella tarde,
al que sigo y seguiría a ciegas a las antípodas del mundo
(Ojalá volvamos a explorar esa tierra de Hobbits y luz intensa).
A ti, amor, con el que cree lo más grande que tenemos,
que nos hace inmortales, como dioses.
A ti, amor, estas palabras y este beso que no se ve en la pantalla.
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Además, hurgando entre archivos, te recuerdo este poema que escribí cuando quedaba poquito para nuestra boda, qué ciertas estas palabras también:
Cuando tú me encontraste
era un rescoldo chiquito,
en fetal y oscuro cuerpo.
Cuando tú llegaste,
una cabeza pensante
de olas de hierro que en circunloquio
debatían, sin puerto de amaine.
Tan quieta, tan borrosa,
emocionalmente efímera.
Te quise en la primera noche,
y me catapultaste de la luna
a la tierra de las mil luces,
del sabor, del calor intenso,
pudiendo navegar desnuda
viviendo el color,
sintiendo el contraste.
Sabía de este destino
cuando tú llegaste.
Por eso te besé y abracé tan fuerte,
por eso te quise la primera noche.
¡Gracias Sonia! Eres la mejor esposa que se puede tener. Es muy bonito y emotivo siempre todo lo que escribes